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DIOS ES FIEL, UNA VEZ MÁS

Writer's picture: TG iglesiaTG iglesia

«Cuando los israelitas clamaron al Señor, el Señor levantó un libertador a los israelitas para que los librara…» (Jueces 3:9)

 



Si un libro de la Biblia refleja la inestabilidad del corazón humano es Jueces. Ahora que ya no estaba Josué, Dios designó diversos jueces que gobernaron a Israel; líderes tanto a nivel civil como militar. ¿Quiénes fueron? Bueno, la lista es colorida e interesante, fueron doce en total. Once hombres y una mujer. Entre ellos había guerreros como Otoniel y campesinos con fe tambaleante como Gedeón. Hubo hombres aguerridos pero impetuosos, como Jefté. Uno de los más conocidos, Sansón, fue un mujeriego empedernido, quien además incumplió con todos los requerimientos del voto nazareo que tenía desde su nacimiento. La única mujer es la profetisa Débora quien, junto al general Barac, llevó a Israel a conseguir una poderosa victoria sobre los cananeos.


Desde el capítulo uno hasta el final de este libro, pareciera que vamos en una montaña rusa (¿la conocen?) de obediencia, desobediencia, disciplina de parte de Dios, arrepentimiento, perdón, y el ciclo vuelve a repetirse. Pero, para entenderlo mejor, vayamos a las Escrituras.

«Y se levantó otra generación después de ellos que no conocía al Señor, ni la obra que Él había hecho por Israel. […] Entonces el Señor levantó jueces que los libraron de la mano de los que los saqueaban. Sin embargo, no escucharon a sus jueces, porque se prostituyeron siguiendo a otros dioses, y se postraron ante ellos. Se apartaron pronto del camino en que sus padres habían andado en obediencia a los mandamientos del Señor. No hicieron como sus padres. Cuando el Señor les levantaba jueces, el Señor estaba con el juez y los libraba de mano de sus enemigos todos los días del juez. Porque el Señor se compadecía por sus gemidos a causa de los que los oprimían y afligían. Pero cuando moría el juez, ellos volvían atrás y se corrompían aún más que sus padres, siguiendo a otros dioses, sirviéndoles e inclinándose ante ellos. No dejaban sus costumbres ni su camino obstinado» (Jue. 2:10, 16-19).

Este párrafo describe a cabalidad el período de la historia de Israel en que acabamos de adentrarnos. Una nueva generación de israelitas estaba viviendo en la tierra que Dios había prometido, pero no conocían al Señor. El olvido se había apoderado de la nación en unos pocos años. Observar sus vidas en esta etapa nos recuerda la frase de Jesús: «… eran como ovejas sin pastor» (Mar. 6:34). No obstante, el plan de Dios no se detiene y debido a Su fidelidad y misericordia Su pacto no se ha roto.


Los israelitas no obedecieron los mandamientos que Dios les había dado. Al conquistar la tierra se suponía que no dejaran entre ellos a los pueblos idólatras que la habitaban. Podría parecer una medida demasiado extrema de parte de Dios, pero necesitamos comprender que un Dios santo, santo, santo estaba de esa manera trayendo juicio a pueblos que no solo adoraban dioses falsos, sino que vivían sumidos en una cultura altamente sexualizada, sacrificaban niños y practicaban todo tipo de actos aborrecibles.

El sistema religioso incluía la prostitución sagrada y de ese modo combinaban lujuria con la adoración a Baal, su dios (en minúscula porque no es nuestro DIOS) más importante. Los israelitas tuvieron en poco la advertencia de Dios; muy pronto se sintieron cautivados por la cultura cananea y sucumbieron a sus engaños. En poco tiempo olvidaron al Dios de sus padres y le dieron la espalda para adorar a estas deidades extranjeras. El pueblo no tardó en sumergirse en un estilo de vida inmoral. Los hombres se casaron con mujeres de estos pueblos idólatras, algo que Dios había prohibido con absoluta claridad desde el comienzo. Las consecuencias no se hicieron esperar.


Tal como Dios les había [i]advertido por boca de Moisés y luego de Josué, la desobediencia no pasaría inadvertida y el juicio vendría sobre Israel. Los pueblos que los rodeaban los atacaban continuamente y hasta llegaron a subyugarlos. En sus ataques les quitaban las cosechas y les robaban las armas, de modo que ni siquiera podían defenderse. Este caos hace que las tribus se dividan y la gente huya a las montañas para esconderse de los opresores. La pobreza era rampante.


Israel clamaba al Señor cuando la situación se hacía insostenible. Una y otra vez Él les respondía y enviaba a los jueces para liderarlos y librarlos. Durante el tiempo en que los jueces estaban presentes, el orden imperaba y regresaba la paz. Pero luego el ciclo comenzaba de nuevo. No obstante, la gracia y la misericordia de Dios —inexplicables ante tanto pecado y desobediencia— no se agotaron. Es tan profundo el amor de Dios por Su pueblo que…«… Él [Dios] no pudo soportar más la angustia de Israel» (10:16).


Fue entonces que envió a un ángel para anunciar el nacimiento de Sansón. Su currículo sería deplorable, pero Dios lo usaría a pesar de todo. Ni siquiera en la infidelidad y apostasía de Su pueblo, Él los abandonaba.

El Espíritu de Dios vino sobre Sansón de una manera singular, lo dotó de una fuerza tal que para derribar a los enemigos no se necesitaba un ejército, (¿chicos recuerdan quien fue Sanson?) con este enviado de Dios era suficiente. Sin embargo, Sansón no entendió su misión. Usó su fuerza más para el beneficio personal que para el bien del pueblo que estaba llamado a liderar:


«Aquel hombre fuerte mató un león con sus propias manos, pero lo hizo de camino a tomar una esposa filistea, desobedeciendo así la ley de Dios. Mató a treinta hombres de Ascalón, pero lo hizo para obtener sus ropas y usarlas como el pago de una apuesta. Arrancó las puertas en Gaza y las cargó hasta un monte, pero hizo tal hazaña para escapar de la trampa que le habían tendido mientras pasaba la noche con una prostituta en la ciudad filistea».5


Los filisteos logran atraparlo luego de varios intentos porque Sansón decide revelar a una mujer el secreto de su fortaleza (Jue. 16:17). Ella le corta el cabello y así la fuerza dada por Dios lo abandona. Lo sometieron a toda clase de burlas mientras estuvo en manos de sus captores, le sacaron los ojos y lo pusieron a trabajar como esclavo en un molino. Sin embargo, aunque Sansón había echado a Dios a un lado, Dios seguía presente y le mostró misericordia. El cabello volvió a crecer y la fortaleza regresó. En un último acto de poder, Sansón derrumbó el edificio donde se encontraba junto a los filisteos que celebraban fiesta y se burlaban de él. Ese día murió el último juez de este período de Israel. No hubo en sus palabras arrepentimiento, pero tampoco se nos presenta su muerte como juicio de Dios. Había juzgado a Israel durante veinte años.

Sin lugar a duda, ninguno de estos jueces fue perfecto. Por el contrario, son un recordatorio constante de que Israel, y también nosotros, necesitamos otro líder, otro juez. Necesitamos uno que esté libre de pecado, libre de agendas egoístas, que no tambalee ante el enemigo, que no comprometa la verdad. Necesitamos un juez, un líder, un salvador cuyo poder sea eterno y permanente. Estos hombres fueron usados por Dios para salvar a Su pueblo en momentos determinados, pero nada más. Los años que siguieron solo muestran mayor corrupción moral y social.

Nuestros corazones pueden desfallecer con desesperanza cuando llegamos a la última página del libro de Jueces. El libro termina con palabras que describen una densa oscuridad al mostrar a un pueblo que navega sin rumbo, perdido en su propio pecado: «En esos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien ante sus propios ojos» (Jue. 21:25). Algo parecido ocurre en estos días. Sin embargo, Dios no había cambiado y se mantenía firme y sin dilación en Su objetivo del cumplimiento de Su promesa. Un nuevo líder estaba por llegar.


¡Dios seguía estando con ellos!


APLICACIÓN TEO


Algunas personas suelen afirmar, erróneamente, que el Dios del Antiguo Testamento no es un Dios de gracia. ¿De qué manera lo que estudiamos hoy sobre la etapa de los jueces refuta este argumento?

¿Cómo el libro de los jueces nos lleva a pensar con mayor intensidad en el Redentor prometido que vendría?

 

 

 

 

 


[i] Life Way / TG

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